Estudios Sociales en acción


Sunday, May 19, 2013

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Un aprendizaje continuo

Este blog ha sido creado con el propósito de ofrecer información a los padres sobre lo que están aprendiendo sus hijos en la clase de Estudios Sociales. En él también, los estudiantes encontrarán recursos que le ayudarán a realizar los trabajos asignados en clase y obtener información que pueda ampliar sus conocimientos en el campo de las ciencias sociales y la historia.

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The Nazca Lines Mystery

- NUESTRAS INCREIBLES PAGINAS DE LA ASTRONOMIA -
Nasca

La ciudad de Nasca fundada en 1595 por orden del Virrey García Hurtado de Mendoza, fue sede de la prehispánica cultura Nasca, una de las más notables del Antiguo Perú. Hoy el colorido y la perfección de sus ceramios son motivo de admiración en el mundo.

Entre los principales atractivos de esta ciudad costera figuran además unas antiguas construcciones llamadas "Los Paredones", compuestos de habitaciones, terrazas y patios con base de piedra y adobe; el Telar de Cantalloc, geoglifo de grandes dimensiones conocido como el "Complejo Textil", por su representación de instrumentos como la aguja y varios espirales que podrían ser ovillos de hilo.

Las Pampas de Nasca:
Patrimonio cultural de la humanidad

En casi 50 kilómetros de longitud y 15 de ancho, están ubicados los dibujos y figuras conocidos como las "líneas de Nasca", consideradas por la UNESCO como Patrimonio Cultural de la Humanidad. Las líneas abarcan hasta cuatro pampas: Palpa, Ingenio, Nasca y Socos, localizadas entre los kilómetros 419 y 465 de la carretera Panamericana Sur.

El suelo de esta región, una de las más secas del mundo, es de color marrón -según María Reiche- y bajo una primera capa se encuentra otra de color amarillo. Esa es la razón porque una pisada deja una perdurable mancha blanca, que se fijará para siempre. Las figuras se hallan en un desierto, donde el suelo no es sólo arena sino que está cubierto de piedras de color verdusco. Sus enormes dimensiones y la exactitud de su hechura sugieren ser comparadas por los expertos con las pirámides de Egipto.

Es el lugar un gran tablero de dibujo, con líneas rectas anchas y angostas de diversas longitudes, atravesado por grandes cuadriláteros como si fuera una gran red. Pero su complejidad de líneas sólo puede ser apreciada desde el aire a una altura de 1500 pies. Recién desde allí pueden verse con claridad unos hermosos diseños, que en su mayoría representan grandes figuras de animales.

Los arqueólogos que han estudiado las Pampas de Nasca acreditan los dibujos a las culturas Nasca y Paracas, entre los siglos 300 a.C y 900 d.C. Se cree, además, que su construcción debe haberse extendido sobre un período largo por el extraordinario número de dibujos. Su perfecta proporción y enorme tamaño destacan la armonía y el equilibrio geométrico sobre todo en las figuras de animales.
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"Es de suponerse que si los autores no podían volar, sólo en la imaginación podían percibir el aspecto de sus obras y deben haberlas planeado y dibujado de antemano en una menor escala" -opina la doctora Reiche.

Afirma ella también que la astronomía fue muy bien desarrollada y cultivada por los antiguos peruanos, alcanzando un alto nivel científico en la costa peruana. Sólo así se explica la perfección de estos geoglifos que constituyen un gran calendario astronómico. Mas aún el plasmar y proyectar una escala tras otra necesitan de una mente capaz de formar complejos conceptos abstractos y excelente facultad de razonamiento.

Cómo permanecieron a través de los siglos

Es difícil explicarse como perduran hasta hoy intactas las "líneas de Nasca", subsistiendo a los embates del tiempo y la naturaleza: terremotos, cambios de clima, vientos y lluvias.

María Reiche nos comenta este milagro, pues las líneas son ligeras hendiduras en el suelo. Una posible explicación puede estar en el clima del lugar "se puede decir que por cada dos años llueve media hora", explica la científica.

Este asombroso fenómeno radica en que el movimiento del aire disminuye a pocos centímetros del suelo, debido al color oscuro de las piedras de la superficie, las cuales se asemejan a un cojín de aire caliente que protege a los geoglifos de los fuertes vientos.

Otro elemento que impide el cambio de la superficie es el yeso que contiene el suelo, que al contacto con el rocío hace que las piedras queden ligeramente pegadas a su base.

Las nuevas maravillas contra las antiguas maravillas

Las nuevas maravillas contra las antiguas maravillas
Las nuevas maravillas contra las antiguas maravillas El “Cristo Redentor” de 38 metros de altura en Río de Janeiro, Brasil, fue una de las “nuevas siete maravillas del mundo” que se anunciaron el verano pasado siguiendo un sondeo global para decidir una nueva lista de maravillas hechas por el hombre. Los ganadores se votaron por internet y por teléfono. Las otras seis nuevas maravillas son el Coliseo de Roma, el Taj Mahal de India, la Gran Muralla China, la antigua ciudad de Petra en Jordania, las ruinas incas de Machu Picchu en Perú y la antigua ciudad maya de Chichén Itzá en México. El concurso fue organizado por la fundación New7Wonders –creación del director de cine y curador de museos de nacionalidad suiza, Bernard Weberin, para “proteger el legado humano a través del mundo”. La fundación dijo que el sondeo atrajo casi 100 millones de votos. Aún así, el concurso resultó controversial y atrajo críticas de la UNESCO, quien administra el programa de Patrimonio Mundial. “Esta iniciativa no puede contribuir de forma significativa ni sustentable a la preservación de los sitios elegidos por el público”, expresó UNESCO en una declaración. La Gran Muralla China Esta recién elegida maravilla se construyó a lo largo de la frontera China a través de varios siglos para protegerse de las tribus invasoras de los mongoles. Construida entre el siglo V a.C. y el siglo XVI, la Gran Muralla es la estructura humana más larga, con 6 400 kilómetros de extensión. La sección mejor conocida se construyó alrededor del año 200 a.C. por el emperador chino Qin Shi Huang Di. El Coliseo, Roma El único finalista europeo de llegar a los primeros siete lugares –el Coliseo, en Roma, Italia– en un tiempo sostuvo a 50 000 espectadores que iban a ver sangrientos juegos que involucraban gladiadores, animales salvajes y prisioneros. La construcción comenzó alrededor del año 70 a.C. bajo el emperador Vespasiano. Los estadios deportivos modernos todavía semejan el famoso diseño del Coliseo. Los sitios europeos que no ganaron incluyen Stonehenge, en el Reino Unido, la Acrópolis en Atenas, Grecia y la Torre Eiffel en París, Francia. El Vaticano, en Roma, acusó a los organizadores del concurso de ignorar monumentos cristianos: ninguno de ellos llegó a los 20 finalistas. Al arzobispo Mauro Piacenza, director de cultura y arqueología en el Vaticano, llamó la omisión de tales lugares, como la Capilla Sixtina, como “inexplicable”. Petra, Jordania Colgada del borde del desierto arábigo, Petra fue la capital del reino Nabateo del rey Aretas IV (9 a.C. a 40 d.C.). Petra es famosa por sus múltiples estructuras de piedra, tal como su templo de 42 metros de altura esculpidas con clásicas fachadas en piedra rosada. La antigua ciudad también incluye túneles y un anfiteatro que sostenía a 4 000 personas. El sitio desértico no se conocía en el Occidente hasta que el explorador suizo Johann Ludwig Burckhardt se lo topó en 1812. Machu Picchu, Perú Uno de los tres exitosos candidatos de América Latina, Machu Picchu es un poblado del sigo XV construido en una montaña de la región amazónica de Perú. La cuidad ruinada se encuentra entre los restos de la civilización inca mejor conocidos, la cual floreció en la región andina del oeste de América del Sur. Se cree que la ciudad fue abandonada después de un brote de viruela, enfermedad introducida en el siglo XVI por las fuerzas invasoras españolas. Chichén Itzá Chichén Itzá es probablemente la ciudad más famosa de los mayas, civilización precolombina que vivió en lo que hoy es Centro América. Fue el centro político y religioso de la civilización maya durante el periodo que va de 750 a 1200 d.C. En el corazón de la ciudad yace el Templo de Kukulán, el cual se alza a una altura de 24 metros. Cada uno de sus cuatro lados tiene 91 escalones por cada día del año, con el día número 365 representado hasta arriba de la plataforma. Taj Mahal, India El Taj Mahal en Agra, India, es un espectacular mausoleo construido por el emperador musulmán Mughal Emperor Shah Jahan para honrar la memoria de su querida esposa fallecida, Mumtaz Mahal. La construcción comenzó en 1632 y tomó aproximadamente 15 años en completar. El opulento y abovedado mausoleo es considerado como el mejor ejemplo del arte y la arquitectura mogola. Incluye cuatro minaretes, cada uno de más de 13 pisos de altura. Shah Jahan fue depuesto y puesto en arresto domiciliario por uno de sus hijos poco después de que se completó el Taj Mahal. Se dice que pasó el resto de sus días mirando al Taj Mahal desde una ventana. La Gran Pirámide de Giza, Egipto El faraón egipcio Khufu construyó la Gran Pirámide alrededor del año 2560 a.C. para que fuera su tumba. La pirámide es la estructura más antigua de la lista original de las siete maravillas del mundo antiguo, el cual fue compilado por eruditos griegos hace aproximadamente 2 200 años. También es el único sobreviviente de la lista original. La Gran Pirámide es la más grande de las tres pirámides de Giza, que rodean el Cairo. A pesar de que el clima ha hecho que la estructura pierda altura, la pirámide medía aproximadamente 145 metros de altura cuando se construyó. El Coloso de Rodas, Grecia En contraste con las pirámides, el coloso fue la que menos vivió de las siete maravillas del mundo antiguo. Completado en el año 282 a.C. después de 12 años de construcción, el Coloso de Rodas cayó en un temblor que derribó el coloso apenas 56 años después. La altísima figura –hecha de piedra y hierro con una capa de bronce– representaba al dios griego del sol, Helios, dios patrono de la isla. El Coloso medía aproximadamente 33 metros de altura, lo que la hacía la estatua más alta del mundo antiguo. Se erigió para celebrar la unificación de las tres ciudades estado, las cuales resistieron de forma exitosa el largo asedio por los antigónidas de Macedonia. El Faro de Alejandría, Egipto El faro fue el único de las antiguas maravillas que tenía un uso práctico: servía como faro para los barcos en las peligrosas aguas de la ciudad portuaria de Alejandría, Egipto, ahora llamada El Iskandariya. Construida en la pequeña isla de Faro entre el año 285 y 247 a.C., la construcción fue la más alta del mundo por muchos siglos. Su altura aproximada era de 117 metros, equivalente a un edificio de 40 pisos, aunque algunos piensan que era todavía más alto. El faro se operaba usando fuego en la noche y pulidos espejos de bronce que reflejaban el sol durante el día. Se dice que la luz se podía ver desde más de 50 kilómetros de distancia. La enorme estructura se levantó sobre la costa del Mediterráneo por más de 1 500 años antes de ser dañada por temblores entre los años 1303 y 1323 d.C. La Estatua de Zeus en Olimpia, Grecia La enorme estatua de oro del rey de los dioses griegos se construyó en honor de los juegos olímpicos originales, que comenzaron en la antigua ciudad de Olimpia. La estatua, completada por el escultor clásico Fidias alrededor del año 432 a.C., se encontraba en un trono de madera con joyas incrustadas dentro de un templo que miraba hacia la ciudad. La figura de 12 metros de altura sostenía un cetro en una mano y una pequeña estatua de la diosa de la victoria, Nike, en la otra. Ambas estaban hechas de marfil y metales preciosos. El templo se cerró cuando los juegos olímpicos fueron prohibidos, por ser considerados una práctica pagana, en el año 391 d.C, después de que el cristianismo se convirtiera la religión oficial del Imperio Romano. Al final, la estatua fue destruida, aunque los historiadores se debaten acerca de si pereció con el templo o si fue trasladada a Constantinopla (ahora Estambul) en Turquía y quemada en un incendio. Los Jardines Colgantes de Babilonia, Irak Se dice que los Jardines Colgantes se encontraban a la orilla del Río Éufrates en lo que es hoy Irak, aunque algunos dudan sobre su existencia. El rey babilónico Nebuchadnezzar II supuestamente creó los jardines sobre pequeñas terrazas alrededor del año 600 a.C. en su palacio real en el desierto mesopotámico. Se dice que los jardines se hicieron para complacer a la esposa del rey, quien extrañaba los verdes follajes de su tierra natal en Medes, en lo que ahora es el norte de Irán. Los arqueólogos aún tienen que ponerse de acuerdo sobre el sitio de los jardines colgantes, pero unos hallazgos en la región que pudieran ser parte de los restos incluye la base del palacio y un edificio abovedado con un pozo de irrigación. Las descripciones más detalladas de los jardines provienen de los historiadores griegos. No se mencionan en ninguno de los registros antiguos de Babilonia. El Mausoleo de Halicarnaso, Turquía La famosa tumba en Halicarnaso, en la ciudad de Bodrum, fue construida entre los años 370 y 350 a.C. para el rey Mausolo de Caria, región en el sudoeste de Turquía. La leyenda cuenta que la afligida esposa del rey, Artemisa II ordenó construir la tumba como monumento conmemorativo de su amor. Mausolo era el gobernador del Imperio Persa y su legendaria tumba es la fuente de la palabra “mausoleo”. La estructura medía 40 metros de ancho y 45 metros de altura. La tumba fue admirada principalmente por su belleza arquitectónica y esplendor. La cámara fúnebre central estaba decorada con oro, mientras que el exterior se adornó con ornamentados frisos de piedra y esculturas creadas por cuatro artistas griegos. El mausoleo permaneció intacto hasta principios del siglo XV, cuando las cruzadas cristianas la desmantelaron para usar el material en la construcción de un nuevo castillo. Algunas de las esculturas y secciones de los frisos sobrevivieron y se pueden admirar hoy en día en el Museo Británico de Londres, Inglaterra. El Templo de Artemisa, Turquía El gran templo de mármol dedicado a la diosa griega, Artemisa, se completó alrededor del año 550 a.C. en Éfeso, cerca de la actual ciudad de Selcuk en Turquía. Además de sus 120 columnas, cada una con 20 metros de altura, se dice que el templo albergaba muchas exquisitas obras de arte, incluyendo estatuas de bronce de las amazonas, una mítica raza de guerreras mujeres. Un hombre llamado Eróstrato supuestamente quemó el templo en el año 356 a.C. en un intento por inmortalizar su nombre. Después de ser restaurado, el templo fue destruido por los godos en el año 262 d.C. y luego otra vez por los cristianos en 401 d.C. siguiendo las órdenes de San Juan Crisóstomo, el arzobispo de Constantinopla de ese entonces. Hoy, los cimientos del templo se han excavado y algunas de sus columnas se han vuelto a levantar. (James Owen es un colaborador frecuente de National Geographic).

El amate y el papiro

El amate y el papiro
Foto del Museo de Arte Popular El siguiente texto fue elaborado por el equipo de trabajo del MAP Amate y Papiro… un diálogo histórico Arte milenario surgido de dos grandes culturas, el amate y el papiro nos llevan a descubrir similitudes en sus creencias y mitos asociados a la naturaleza, la concepción de la vida y de la muerte, coincidencias conjugadas en esta exposición, que cuenta con poco más de 60 piezas. La vida cotidiana, los símbolos, signos y lenguajes enigmáticos plasmados en amates y en papiros se han convertido a través de los siglos en verdaderas expresiones de arte popular. Las civilizaciones ancestrales de México y Egipto nos han permitido imaginar paralelismos relacionados con el fascinante mundo del arte, la escritura sagrada, el complejo pensamiento religioso y sus aportaciones culturales y científicas, a través de la simbología e imágenes representadas en estos materiales. Ambas culturas desarrollaron un complejo sistema de escritura jeroglífica. Los escribanos egipcios utilizaban como soporte un papel elaborado con tallos de papiro, mientras que en el México antiguo se utilizaba como papel la corteza del árbol amate o la piel de venado. Un águila o un halcón, un felino o una serpiente, almas como pájaros, flores o insectos, son elementos de la flora y fauna que aparecen constantemente representados en amates y papiros. Son invariablemente sincretismos religiosos que guardan una estrecha relación con la cosmogonía de los antiguos pueblos de México y Egipto. Las dos civilizaciones centraron parte de su misticismo –relación con sus dioses– en el concepto de la muerte. En el caso de los mexicas, no se asociaba a una cuestión de premio o castigo, como sucede en el cristianismo. Al morir, el alma del individuo tomaba distintos rumbos según el tipo de muerte que hubiera tenido, independientemente de su comportamiento terrenal. Foto del Museo de Arte Popular Tal vez el egipcio sea el pueblo que deificó en mayor medida a la muerte, pues mantuvo un interés constante hacia ella y una actitud esencialmente ritual ante la misma. Destaca la ceremonia religiosa, por ejemplo, en la que se enterraba al faraón con un texto mágico, a fin de ayudarlo en el viaje a su nuevo estadio. Estos papiros, que comprendían una colección de fórmulas mágicas y de invocaciones a las divinidades, se conocían como el Libro de los Muertos, el cual era colocado junto al cuerpo. La muestra estará abierta al público del 17 de mayo al 29 de junio, en el marco del Año Cultural de Egipto en México. . EL AMATE, HERENCIA ANCESTRAL “Hay en esta tierra unos árboles que se llaman amaquáuitl ; tienen lisa la corteza, y las hojas muy verdes; son del tamaño de duraznos. De la corteza de él hacen papel, y cuando ya es viejo córtanle y torna a echar de nuevo”. Fray Bernardino de Sahagún Foto del Museo de Arte Popular En la antigua Mesoamérica, el papel se elaboraba con la corteza del amatl o árbol de amate. Su producción fue importante para las culturas de nuestro continente, sobre todo para la elaboración de códices, en los que se registraba la historia y se plasmaban los conocimientos que se querían preservar y difundir, así como para ofrendas, adornos y vestimentas ceremoniales. Los mayas fabricaron el papel entre los años 500 a 1000 a. C. Se producía en extensas regiones que ahora comprenden los estados de Yucatán, Chiapas, Veracruz, las Huastecas y Oaxaca, y en algunas zonas de Guerrero, Morelos y el Valle de México. En el reinado de Moctezuma II, el papel era un importante tributo que rendían a los mexicas la mayoría de los 42 pueblos donde se producía. El papel se usó principalmente para elaborar libros en forma de biombo, conocidos como códices, y vestidos, en lugar de las pieles de animales, aunque después fue sustituido por los tejidos de ixtle y de algodón. Como indumentaria o accesorio, tuvo una importante variante destinada a los usos rituales. Foto del Museo de Arte Popular El papel amate en las ceremonias servía para escribir la historia de los héroes y dioses, para realizar imágenes a semejanza de los humanos que a su vez servían de ofrenda para las deidades. Los encargados de llevar el registro de la historia a través de la escritura eran los tlacuilos, término que procede del verbo náhuatl tlacuiloa, porque escribían pintando. Debían poseer aptitudes para el dibujo y la pintura, así como profundos conocimientos de su lengua, además de ser hombres o mujeres de cualquier clase social, elegidos desde muy jóvenes. Desempeñaban su oficio en lugares como tribunales, templos, casas de tributo, mercados y palacios, sitos que también les servían de hogar. En el México antiguo, la importancia social de los tlacuilos radicó en el resguardo de la tradición heredada por los abuelos, a través del simbolismo que representaba el uso de la tinta negra y roja. Foto del Museo de Arte Popular En el Virreinato se prohibieron los actos ceremoniales, lo que ocasionó la disminución del uso del papel, ya que los indígenas lo utilizaban para transmitir mensajes, además de usarlo en la magia y la hechicería. Durante el proceso de evangelización, el amate y la caña de maíz fueron utilizados por los misioneros para fabricar los cristos de caña, figuras que tuvieron auge en los siglos XVI al XVIII. En la elaboración tradicional del amate, se hierve la corteza del árbol en agua con ceniza o en agua de nixtamal y, una vez que se suaviza, se enjuaga y se conserva sólo en agua. Posteriormente, se extienden las fibras sobre una tabla en donde son golpeadas con una piedra para fusionarlas; por último, se pone a secar hasta que se desprende fácilmente el papel. La producción del papel amate parece no haberse interrumpido, ya que sobrevive en la Sierra Norte de Puebla, entre los otomíes de San Pablito Pahuatlán y los nahuas, de las orillas del Río Balsas, en el estado de Guerrero, quienes heredaron la tradición de su elaboración y de sus ancestrales usos rituales. Al principio de los años setenta, estas comunidades combinaron su trabajo artesanal –el papel y la decoración en cerámica– de donde surgió una nueva manifestación artística: la pintura sobre amate. La fama que ha alcanzado este nuevo arte popular lo convierte en un trabajo representativo de los artesanos mexicanos. Actualmente, estas obras constituyen el encuentro de dos regiones del país: la de San Pablito, donde se elaboran las hojas, y la del Medio Balsas, donde las pintan en forma magistral. Foto del Museo de Arte Popular Se aprende a pintar amate en el seno familiar; primero los niños observan a los mayores y luego comienzan a rellenar con colores los dibujos que ellos han bosquejado. Las familias desarrollan estilos distintos que a menudo comparten con los vecinos y parientes lejanos. Como resultado, los pueblos desarrollan sus propios estilos artísticos. La producción de este nuevo concepto de trabajo artesanal en amate se lleva a cabo principalmente en las comunidades de Ameyaltepec, Xalitla, Maxela y Oapan, en el estado de Guerrero, reflejando a través de sus obras las costumbres y tradiciones que caracterizan su cultura. Por ejemplo, las coloridas escenas cosmogónicas y los elementos del medio que los rodea, así como dibujos llenos de imaginación y creatividad. Aunque la técnica de elaboración del papel es prácticamente la misma que se usó hace siglos, las formas de obtener la corteza han variado. En la época prehispánica se desnudaban las ramas de los árboles adultos, permitiendo que su corteza se regenerara lentamente. A partir del incremento de la demanda de amate desde hace treinta años, empezaron a utilizarse todas las ramas de los árboles adultos, sobre todo la corteza de los jóvenes, lo cual ha impactado negativamente el ecosistema de la región de la Sierra Norte de Puebla. Es importante hacer conciencia sobre la estrecha relación que existe entre el trabajo de los artesanos y la exuberante biodiversidad de nuestro territorio –la tercera en importancia en el ámbito mundial– y que, si no se protege de manera adecuada, desaparecerá irremediablemente

El papiro en Egipto

El papiro en Egipto
De uso primordial en la civilización egipcia, el papiro fue el soporte de su escritura e imprescindible en las actividades religiosas, científicas, comerciales, administrativas y creativas de esa cultura. En las etapas predinásticas (4000 a. C.), ya se utilizaba en la fabricación de numerosos objetos de uso cotidiano: tapetes, cortinas, calzado, cuerdas, cestos e incluso balsas. El papiro se obtenía de unos filamentos largos extraídos del tallo de esta planta –hasta de cuatro metros de altura–, que se colocaban paralelamente muy juntos unos a otros, sobre una superficie húmeda. Encima de esta capa se acomodaba otra más en forma perpendicular a la anterior, y se conseguía así una materia compacta que se prensaba y luego era pegada con el jugo producido por el propio tallo, para finalmente secarlo al sol. Foto del Museo de Arte Popular La superficie se alisaba con un trozo de madera o marfil, hasta que quedara listo para escribir sobre él. La lámina resultante era flexible y resistente, y podía enrollarse con facilidad. Una sola lámina llegaba a medir entre 16 y 42 centímetros de alto y 40 centímetros de ancho. Este material, anterior al papel junto con la tinta, es, sin duda, el precursor de los elementos que conforman el libro actual. Entre los documentos más reproducidos en papiro se encuentra el llamado Libro de los Muertos, con el que llegó la edad de oro del libro ilustrado, surgido durante el Imperio Nuevo (1500 a. C., dinastías XVIII-XX). De acuerdo con la historia, toda familia acomodada y con posibilidades de un entierro y una tumba dignamente preparados podía adquirir este texto elaborado por escribanos e ilustradores. Foto del Museo de Arte Popular El escriba –en lengua egipcia sesh–, era considerado como el portador del recurso más sagrado: la escritura jeroglífica. Se trataba de un alto funcionario al servicio del faraón, de un dignatario o de un templo. Esta profesión, ligada a la administración del estado y al grupo sacerdotal, gozó siempre de un gran prestigio, y llegó a pertenecer a la clase social más elevada después de la familia real. Entre algunas de sus ocupaciones, estaban: el registro de impuestos, el control de las cosechas, la medición del nivel de las inundaciones periódicas del río Nilo, así como contabilizar los productos que ingresaban a los almacenes reales. En los templos también tenían presencia los sacerdotes escribanos, quienes se dedicaban a copiar textos y a recitar fórmulas rituales. Los escribanos tenían un patrón, el dios Thot, considerado el inventor de la escritura y del calendario, y señor del tiempo. También regía la Casa de la Vida o escuela de los escribanos y, como escriba de los dioses, estaba presente en el Juicio del Alma ante Osiris, donde anotaba el resultado de esta ceremonia. En algunos textos figura, de manera principal, como dios asociado a la magia e inventor de todas las palabras. Foto del Museo de Arte Popular Al escribir con plumas de caña sobre papiro, desarrollaron una escritura más fluida y redondeada que se denominó hierática (utilizada en textos religiosos), que a su vez se transformó en una escritura más sencilla denominada demótica (de uso más común). Sus herramientas básicas de trabajo, además del papiro y los pinceles, eran las tintas de dos colores, el negro y el rojo, este último generalmente servía para los textos y datos importantes. La tinta negra se fabricaba mezclando cola –pasta utilizada para pegar– y carbón, mientras que el rojo resultaba de la combinación de cola y ocre. A través de los papiros se ha logrado conocer una parte importante de la cultura egipcia, la relación con sus dioses, sus creencias y forma de vida, trascendiendo por la majestuosidad de sus dibujos y colorido, además de los testimonios plasmados en su escritura. Categories: Gente y culturaTags: RSS Twitter Random Posts Turbinas de viento Imágenes de la Tierra, octubre de 2007 Mar de Amundsen, Antártida [Imágenes de la Tierra] Shodo Shima, Japón Arqueología, octubre de 2006 Tag Cloud África agua Animales Argentina Arqueología Australia Brasil Buenos Aires California Canadá Chile chimpancés China Colombia Conservación Costa Rica Ecuador Egipto Elefantes España Estados Unidos de América evolución Fondo de pantalla fondos de escritorio Fondos de pantalla Fotografía Francia India Indonesia Italia Japón México Medio ambiente migración Momias Perú Playa Salud Samburu Sudáfrica Tecnología Venezuela Vida salvaje wallpaper wallpapers Archives diciembre 2010 noviembre 2010 octubre 2010 septiembre 2010 agosto 2010 julio 2010 junio 2010 mayo 2010 abril 2010 marzo 2010 febrero 2010 enero 2010 diciembre 2009 noviembre 2009 octubre 2009 septiembre 2009 agosto 2009 julio 2009 junio 2009 mayo 2009 abril 2009 marzo 2009 febrero 2009 enero 2009 diciembre 2008 noviembre 2008 octubre 2008 septiembre 2008 agosto 2008 julio 2008 junio 2008 mayo 2008 abril 2008 marzo 2008 febrero 2008 enero 2008 diciembre 2007 noviembre 2007 octubre 2007 septiembre 2007 agosto 2007 julio 2007 junio 2007 mayo 2007 abril 2007 marzo 2007 febrero 2007 enero 2007 diciembre 2006 noviembre 2006 octubre 2006 septiembre 2006 agosto 2006 julio 2006 junio 2006 mayo 2006 abril 2006 marzo 2006 febrero 2006 diciembre 2005 noviembre 2005 octubre 2005 Meta Acceder ArribaWordPress Copyright © 1970-2010 Revista National Geographic en español Tema por NeoEase. 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El edificio mas alto del mundo

Dubai, Emiratos Árabes Unidos [Imágenes de la Tierra]

Miércoles, 4 de agosto de 2010Dejar un comentarioIr a comentarios
Foto de Samar Jodha

Foto de Samar Jodha

Emiratos Árabes Unidos Desde la cima del edificio mas alto del mundo –el Burj Khalifa, de 164 pisos y 828 metros de altura– es visible la historia económica de Dubái. El desarrollo inmobiliario denso refleja el boom actual; los espacios abiertos son vestigios de una época anterior.

China: Lenguas y grupos étnicos

China: Lenguas y grupos étnicos
En China, hay dos tipos principales de escritura: la tradicional y la simplificada. Ambas tienen formas similares y comparten muchos caracteres. En Hong Kong aún se utiliza la escritura tradicional, mientras que en la República Popular China se utiliza la escritura simple. La mayoría de los chinos aprende la escritura simplificada en la escuela. Aunque son dialectos distintos, el putonghua (mandarín) y el yue (cantonés) comparten la escritura debido a que los caracteres escritos chinos se enseñan de manera universal. Foto de James L. Stanfield La controversial política de China con respecto a la planeación familiar promueve que todas las familias chinas tengan sólo un hijo, pero la mayoría de los grupos minoritarios está exenta de dicha política. De acuerdo con el Departamento Nacional de Estadísticas, en 2002 los grupos étnicos minoritarios de China crecieron 16.7 %, lo que implica un incremento de quince millones veintitrés mil personas. La mayor parte de la población de Han creció 11.22 %, es decir, ciento dieciséis millones noventa y dos mil personas. Foto de Jodi Cobb Durante el periodo imperial de China, los burócratas desarrollaron una lengua oficial y estandarizada wenyan, que sólo fue utilizada por los burócratas y nunca por la población en general. Sin embargo, la lengua wenyan fue utilizada en la literatura hasta 1917, cuando Hu Shi, filósofo y escritor chino, propuso que la lengua popular paihua reemplazara la lengua wenyan en la comunicación escrita. Hoy en día se utiliza ocasionalmente. El himno nacional de la República Popular China está escrito en wenyan y los estudiantes que planean asistir a la universidad deben aprender esta lengua, pues al presentar los exámenes de admisión, podrían tener que traducir o interpretar un texto escrito en la lengua tradicional. Foto de James P. Blair Los serpas conforman uno de los 63 gurpos étincos que no han sido reconocidos de manera oficial por la República Popular China. Su nombre proviene de la palabra nepalesa que significa habitante. En la lengua tibetana shyar significa Este y ba, habitante. Los serpas derivaron de los shyarba y su cultura es diferente a la de los tibetanos, pese a que ellos también practican la religión budista y muchas de sus tradiciones reconocen el papel que desempeña del Dalai Lama. Los serpas viven principalmente en Nepal, la India y el Tíbet. Son conocidos por su habilidad en la montaña, y muchos trabajan en el turismo de montaña, en lugares como el Monte Everest y otros picos de la región. Foto de Bruce Dale Los uygurs (o uigures) y los kazakhs viven en el lejano estado de Xinjiang, al noroeste de China. Los Uyhurs son turcos y hablan una lengua derivada de la familia túrquica. Aunque la mayoría vive en China, hay comunidades dispersas en Pakistán, Kazajstán y otros países de Asia Central y Europa. La población estimada del grupo Uygur es de 8.4 millones de personas. Foto de George F. Mobley El grupo étnico miao (o Hmong) es uno de los más grandes de China. Habitan principalmente al sur de la frontera que limita con Vietnam. Después de entrar en contacto con comerciantes europeos durante los siglos XVI y XVII, los agricultores del grupo Miao comenzaron a cultivar papas. Las papas eran el alimento perfecto para la región por su adaptabilidad, valor nutricional y conservación. Los agricultores de Miao también comenzaron a cultivar otro tipo de alimentos provenientes de Europa, como el maíz y la avena, aunque continuaron con la tradición del cultivo de arroz y la cacería para complementar su alimentación. Foto de Bruce Dale Aunque la mayoría de la población de China pertenece al grupo étnico han, las minorías étnicas han dominado al país en varios momentos de su historia. El imperio Mongol fundó la Dinastía Yuan, que duró de 1271 a 1368. La Dinastía Liao, fundada por la gente de Khitan dominó Manchuria, Mongolia y algunos sitios al norte de China de 916 a 1125. La Dinastía Qing –la última de China– fue fundada por el grupo étnico manchú y permaneció en el poder de 1644 a 1912. Foto de Jodi Cobb Durante la Revolución Cultural, los grupos étnicos minoritarios de China soportaron numerosos ataques en su lucha por la independencia cultural, incluso las leyes que prohibían la celebración de las festividades tradicionales, el uso de las lenguas nativas y las prácticas tradicionales de la agricultura. La extrema izquierda del partido de Mao negó que China fuera un país multinacional, y declaró que las lenguas indígenas y sus tradiciones formarían parte de los “cuatro viejos” que tenían que ser eliminados: antiguas ideas, antigua cultura, antiguas costumbres y antiguos hábitos. Se implantaron nuevas políticas para el pastoreo y la siembra que ignoraban las prácticas locales, con lo cual se forzó a los antiguos pastores de los grupos étnicos a que aprendieran a plantar y cultivar granos. Foto de Sindey Hastings Mao nació en 1893, en una familia de campesinos en la provincia de Hunan. En 1927, organizó ahí el Levantamiento de la Cosecha de Otoño que rápidamente fue sofocado, pero Mao continuó para convertirse en el líder de la República Popular China en 1949. Foto de James L. Stanfield ¿Cuántas lenguas se hablan en China? De acuerdo con la etnología, existen 235 lenguas vivas en China y sólo una en extinción: Jurchen, relacionada con la lengua manchú, la cual aún se habla en China. La lengua mandarín es la más usada en todo el mundo. En 2005, aproximadamente 1 051 millones de personas la hablaban: es la lengua materna de 873 millones y 178 millones la aprendieron como una segunda lengua. Categories

Centros de explotación infantil

Centros de explotación infantil
Trabajo infantil; zonas de riesgo Martes, 16 de noviembre de 2010Sin comentarios Liyakot Ali, de 13 años, tornea ollas de cocina en una fábrica de Bangladesh. Gana el equivalente a 4 dólares semanales. Por todo el mundo se pueden ver niños pregonando baratijas y limpiando tiendas de té. Pero sólo son los más visibles de los 215 millones de niños trabajadores del mundo. Un nuevo informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) de Naciones Unidas dice que 60 % de ellos se desloma invisiblemente en el sector agrícola, a menudo por poca o sin paga. Y el aislamiento de los que realizan trabajo doméstico, dice Human Rights Watch, puede aumentar las probabilidades de explotación. Entre 2004 y 2008, el número de trabajadores infantiles disminuyó en siete millones; Asia y América Latina, en particular Brasil, han abierto el camino gracias a iniciativas gubernamentales. Sin embargo, el sur de Asia aún alberga el mayor número de trabajadores infantiles del mundo; uno de cada cuatro niños subsaharianos todavía califica como trabajador infantil, y la crisis económica podría detener el progreso al alimentar la demanda de mano de obra barata. Adelantándose, la OIT recomienda un compromiso global para la educación obligatoria –aboliendo las colegiaturas, por ejemplo– y pactos gubernamentales con los trabajadores organizados. Estima que un gasto de 140 000 millones de dólares durante 20 años en el África subsahariana podría producir hasta 724 000 millones de dólares en beneficios, incluso enormes ahorros en salud en cuanto los niños dejen de hacer trabajos peligrosos. “El mundo puede costear esto”, concluye el informe. Considéralo una inversión menor con una ganancia enorme. Categories: Gente y cultura, NoticiasTags: derechos humanos, explotación laboral, Trabajo i

Desentierran a los aztecas

Desentierran a los aztecas
Desentierran a los aztecas Durante la excavación de una pirámide sagrada han salido a la luz evidencias de rituales sangrientos pero, hasta ahora, no hay indicio alguno del monarca más temido del Imperio Azteca. Por Robert Draper En el célebre Zócalo de la Ciudad de México, cerca de las ruinas de la pirámide azteca llamada Templo Mayor, fueron hallados los restos de un animal –tal vez un perro o un lobo– sacrificado hace unos 500 años y depositado en un tiro vertical limitado con bloques de piedra de dos metros y medio de profundidad. Es posible que el cánido no tuviera nombre ni amo aunque, seguramente, fue importante para alguien, pues estaba adornado con un collar de cuentas de jade, orejeras de turquesa y ajorcas con pequeños cascabeles de oro en las patas traseras. El equipo arqueológico de Leonardo López Luján se topó con el “aristocánido” en el verano de 2008, tras dos años de excavaciones que comenzaron cuando los trabajos de cimentación de un edificio nuevo revelaron un objeto asombroso: un monolito rectangular de arenisca rosada y 12 toneladas de peso, fracturado en cuatro pedazos que componen la espeluznante efigie de Tlaltecuhtli, diosa azteca de la Tierra y símbolo del ciclo de la vida y la muerte, acuclillada para dar a luz mientras bebe su propia sangre y devora el fruto de sus entrañas. Junto con la célebre Piedra del Sol o Calendario Azteca (de basalto negro y 24 toneladas, descubierta en 1790) y el disco de la diosa lunar Coyolxauhqui (de ocho toneladas, desenterrado en 1978), este es el tercer hallazgo fortuito de un relieve monolítico en las inmediaciones del Templo Mayor. Luego de años de trabajo difícil en un profundo tiro situado junto al monolito, Leonardo López Luján y su equipo han conseguido rescatar algunas de las ofrendas más extrañas jamás vistas. Al retirar un parche de estuco en el piso de la plaza, los arqueólogos encontraron 21 cuchillos rituales de pedernal blanco, decorados con pigmento rojo y que simulan los dientes y encías del monstruo terrestre, cuya boca se abre para recibir a los muertos. Conforme profundizaban en la excavación, dieron con un bulto de hojas de agave que contenía punzones de hueso de jaguar, utilizados por los sacerdotes aztecas para ofrendar su sangre a las deidades; a un lado de esos implementos se encontraban barras de copal, una especie de incienso sacerdotal usado en la purificación espiritual. Punzones e incienso estaban cuidadosamente envueltos en el atado, junto con gran variedad de plumas y cuentas de jade. Con gran sorpresa, López Luján encontró una segunda ofrenda a pocos centímetros debajo del bulto: una caja de piedra que contenía las osamentas de dos águilas reales (símbolos solares) con los cuerpos vueltos hacia el poniente y, alrededor, 27 cuchillos rituales de los cuales 24 habían sido “vestidos” con pieles y diversos ornamentos, cual muñecas que representaban a las divinidades asociadas con el sol del ocaso. En enero de 2010, el equipo había rescatado un total de seis ofrendas del tiro, la última situada a siete metros bajo el nivel de la calle e integrada por una vasija de cerámica que contenía 310 cuentas de piedra verde, orejeras y figurillas. La ubicación de cada artefacto obedecía a una lógica compleja que recreaba la cosmología del Imperio Azteca. En el fondo de la caja que encerraba la segunda ofrenda, López Luján halló los restos del animal ricamente adornado, cubierto con conchas marinas y restos de langostinos, cangrejos y caracoles traídos desde el Golfo de México, el mar Caribe y el océano Pacífico. El arqueólogo sabía que, según la cosmología azteca, esa organización peculiar representaba el primer nivel del inframundo, donde el perro debía guiar el alma de su amo a través de un río peligroso. Pero ¿de quién era esa alma? Desde que Hernán Cortés conquistó México, en 1521, jamás se han encontrado los restos de algún emperador azteca y, no obstante, los registros históricos confirman que tres monarcas fueron incinerados y sus cenizas se depositaron al pie del Templo Mayor. Cuando se descubrió el monolito, López Luján se percató de que Tlaltecuhtli tenía un conejo con 10 puntos en la garra de la pierna derecha. En el sistema de notación azteca, la fecha 10-conejo corresponde al año 1502, en el cual, según los códices que sobreviven de aquella época, fue sepultado con gran pompa el soberano más temido del imperio, Ahuítzotl. López Luján está convencido de que la tumba del emperador se encuentra en algún lugar próximo al sitio donde se halló el monolito. De ser así, el “aristocánido” era tal vez su guía subterráneo por el universo místico de un pueblo que hoy denominamos azteca, pero que se hacía llamar mexica y cuyo legado es la esencia de la identidad mexicana. Si López Luján encuentra el sepulcro de Ahuítzotl, culminará un esfuerzo notable de 32 años por desentrañar los secretos de uno de los imperios más mitificados y menos comprendidos en la historia del hemisferio occidental. Por desgracia, poco se sabe a ciencia cierta acerca del Imperio Azteca, un reino a la vez brutal y complejo que fue literalmente sepultado y que, no obstante, más de medio milenio después conserva una manifiesta preponderancia en la conciencia de una nación. “El pasado sigue presente en todo México”, sentencia López Luján, sobre todo en lo tocante al Imperio Azteca, cuya totalidad yace casi a flor de tierra en la moderna república. En 1978, cuando se corrió la voz de que habían confirmado la ubicación del Templo Mayor en el corazón de la segunda ciudad más populosa del orbe, el espectáculo resultante fue más propio de un estreno en Broadway que de un triunfo arqueológico. A diferencia de los mayas, otra superpotencia prehispánica de Mesoamérica, la identidad de los aztecas está vinculada exclusivamente con México y el país no pierde ocasión para mitificarlos. Además del escudo nacional, el águila azteca se encuentra representada en el logotipo de las dos aerolíneas mexicanas más importantes; diversas entidades, como Banco Azteca y TV Azteca, han adoptado el nombre del antiguo pueblo; la icónica ave va estampada en el uniforme de la selección nacional de futbol, que juega sus partidos locales en el Estadio Azteca; y, por supuesto, la Ciudad de México (centro neurálgico del país) es, en sí misma, un homenaje implícito a la ciudad-Estado de Tenochtitlan y los indómitos aztecas. Con todo, ver a los aztecas sólo en términos emblemáticos es malinterpretarlos. Para empezar, aquel poderoso pueblo afirmó su imperio (la triple alianza de Tenochtitlan, Texcoco y Tlacopan) durante poco menos de un siglo, hasta que fue eviscerado por los conquistadores europeos. Así, no obstante el temor y odio que infundían en las regiones conquistadas, su dominio fue efímero. Los aztecas tampoco erigieron templos ni diseminaron tradiciones culturales por todo su imperio, como hicieran los romanos o los incas; por el contrario, establecieron lo que muchos eruditos denominan un “imperio barato”, el cual permitía que los conquistados conservaran sus propias formas de gobierno a condición de que pagaran tributo y reforzaba ese “esquema de protección” con demostraciones periódicas de poderío. Los aztecas limitaron la expresión de su creatividad al epicentro del imperio, la ciudad-Estado de Tenochtitlan, pero, en muchos sentidos, la gran urbe era mera depositaria de costumbres, imágenes y prácticas religiosas tomadas de civilizaciones precedentes. En palabras del erudito mesoamericanista Alfredo López Austin, padre de López Luján: “El error interpretativo más común es que los aztecas fueron una cultura completamente original cuando, de hecho, no lo eran”. Pero el burdo retrato de los aztecas como un pueblo sanguinario es igual de equívoco. Tal fue la exageración de los españoles acerca de la sed de sangre de los mexicas (por ejemplo, afirmaron que habían sacrificado 80 400 víctimas en la consagración de un templo, cuando semejante hazaña habría despoblado gran parte del centro de México) que algunos incluso creen justificado considerar el sacrificio humano como una ficción europea. Esto también es extremista, dado que, en los últimos 15 años, análisis químicos practicados a las superficies porosas en varios puntos de la Ciudad de México han arrojado “rastros de sangre por todas partes –dice López Luján–. Están las piedras y los cuchillos de sacrificio, así como los restos de 127 víctimas. Es imposible negar el sacrificio humano”. Por supuesto, agrega de inmediato, la práctica también fue registrada en todos los rincones del mundo antiguo. Los mayas y muchas otras culturas anteriores a la azteca recurrieron al sacrificio humano. “No fue una forma de violencia exclusiva de un pueblo, sino una costumbre característica de la época, de una era belicosa en que la religión exigía vidas humanas para vigorizar a los dioses”, observa López Austin. El imperio surgió de la nada. Los primeros aztecas o mexicas emigraron del norte (según la tradición, de un lugar llamado Aztlan; no obstante, ese hogar ancestral jamás ha sido localizado y posiblemente sólo sea una leyenda). Y aun cuando hablaban la lengua náhuatl de los poderosos toltecas –cuyo dominio del centro de México llegó a su fin en el siglo xii–, esa era su única conexión con la grandeza. Expulsados de cada asentamiento que establecían en el Valle de México, finalmente llegaron a una isla en el lago de Texcoco que nadie había querido y, en 1325, la llamaron Tenochtitlan. Apenas poco más que un pantano, el islote carecía de agua potable y piedras o madera para la construcción, pero sus rústicos ocupantes “casi ignorantes por completo”, de acuerdo con el renombrado erudito Miguel León-Portilla, compensaron esas condiciones poco favorables con lo que el mismo estudioso califica como “una voluntad indomable”. Los colonizadores mexicas procedieron a excavar las ruinas de Teotihuacan y Tula, antiguas ciudades-Estado de gran prominencia, y se apropiaron de cuanto encontraron. Para 1430, Tenochtitlan había superado en grandeza a cualquier otra ciudad de la época, convirtiéndose en una maravilla de tierras ganadas al lago que, divididas por canales y calzadas en cuatro cuadrantes distribuidos en torno de un área central donde se alzaba una pirámide de doble escalinata rematada con dos templos idénticos. Ninguna de sus construcciones era particularmente original, pero eso tenía una razón. Los mexicas deseaban establecer lazos ancestrales con imperios desaparecidos, movidos, particularmente, por las maquinaciones de Tlacaelel, consejero real que se jactaba de que “ninguno de los antiguos reyes actuó sin pedir mi opinión o consentimiento”. Durante la primera mitad del siglo XV, Tlacaelel dictó una nueva versión de la historia mexica en la que afirmaba que su pueblo descendía de los grandiosos toltecas y elevaba a Huitzilopochtli (su dios tutelar del Sol y la guerra) al panteón de las deidades que reverenciaron los toltecas. El consejero real llegó incluso más allá y, como escribe Miguel León-Portilla, definió la misión imperial de los mexicas como “la conquista de las demás naciones… y la captura de víctimas propiciatorias porque el Sol, fuente de toda vida, moriría sin el alimento de la sangre humana”. Fue así como los despreciados inmigrantes del norte alcanzaron la nobleza y subyugaron una a una las ciudades del Valle de México. A fines de la década de los cuarenta del siglo XV, bajo el reinado de Moctezuma I, los mexicas y sus aliados extendieron el imperio hacia el sur, ocupando los modernos estados de Morelos y Guerrero. Durante el siguiente decenio expandieron sus fronteras hasta la costa norte del Golfo de México y finalmente, en 1465, derrotaron a la Confederación de Chalco, último baluarte independiente en el valle. Fue Ahuítzotl, octavo emperador azteca, quien llevaría el imperio al límite del colapso. Ahuítzotl es un monarca sin rostro. Leonardo López Luján se ha dado a la tarea de buscar los restos de un hombre que jamás fue representado en las obras plásticas de su tiempo. “Moctezuma II es el único monarca mexica del que tenemos imágenes y esos retratos están basados en las descripciones que hicieron los españoles después de su muerte –explica el arqueólogo acerca del último emperador que gobernó México en los albores de la conquista europea–. Conocemos muchos detalles de la vida de Moctezuma II, pero sabemos muy poco de Ahuítzotl”. Lo único cierto es que el militar de alto rango ascendió al trono en 1486 cuando su hermano, Tízoc, perdió el control del imperio y murió, tal vez envenenado o quizá a manos del hermano menor, cuyo nombre, de por sí, tiene una connotación violenta: en lengua náhuatl, el Ahuítzotl era una criatura sanguinaria, semejante a una nutria, que estrangulaba a los humanos con su cola musculosa. Las 45 conquistas que marcaron los 16 años de reinado de Ahuítzotl quedaron vívidamente inmortalizadas en el manuscrito de un virrey español, hoy conocido como Códice Mendocino. Sus ejércitos conquistaron grandes extensiones de la costa del Pacífico, incluyendo la actual Guatemala, y de ese modo “expandieron el alcance territorial del imperio hasta límites sin precedentes”, dice el historiador Davíd Carrasco. Aunque algunas de aquellas batallas fueron meras exhibiciones de poderío o tuvieron la única intención de castigar a los señoríos que se rebelaban, la mayoría sirvió para satisfacer dos ambiciones fundamentales: obtener tributo para Tenochtitlan y víctimas para los dioses. Cuando Ahuítzotl ascendió al trono, el primer precepto del dominio azteca estaba ya firmemente afianzado: apropiarse de lo mejor de toda región conquistada. “Mercaderes y negociantes servían de espías”, prosigue Eduardo Matos Moctezuma, el arqueólogo que emprendió las colosales excavaciones del Templo Mayor, comenzadas en 1978. Una vez que esos individuos rendían su informe de los recursos de una población, las fuerzas imperiales se aprestaban para atacarla. “La expansión militar fue también una expansión económica –añade Matos Moctezuma–. Los aztecas no imponían su religión, pues sólo querían los productos”. Ni siquiera el oro rivalizaba con el valor que las culturas mesoamericanas daban al jade, mineral que simbolizaba la fertilidad y que sólo podía extraerse de las minas guatemaltecas. Por ello, no sorprende que Ahuítzotl estableciera rutas comerciales que llegaban hasta América Central para adquirir, amén de las metamórficas piedras verdes, “plumas de quetzal, oro, pieles de jaguar y cacao, que para ellos era como dinero que crecía en los árboles”, dice López Luján. Con tal abundancia de riquezas, Tenochtitlan evolucionó en una potencia mercantil y cultural. “Fue la capital artística más rica de la época, como después lo serían París y Nueva York”, dice López Luján. El resplandor azteca se reflejaba también en la muy ritualizada espiritualidad de Tenochtitlan. El Templo Mayor no era una simple pirámide mortuoria como las erigidas en el antiguo Egipto, sino que simbolizaba la sagrada montaña de Coatépec, escenario principal de un drama cosmogónico donde el recién nacido dios del Sol, Huitzilopochtli, mató y desmembró a su aguerrida hermana, la diosa lunar Coyolxauhqui, lanzando los pedazos de su cuerpo al fondo de la montaña. Los mexicas creían que el suministro continuo de guerreros saciaría a los dioses y perpetuaría el ciclo de la vida, mientras que, sin los sacrificios, las deidades perecerían y el mundo llegaría a su fin. “La montaña sagrada era tan importante para ellos como la cruz lo es para el catolicismo –dice Carrasco, y desde la perspectiva mexica, así como la de casi todas las culturas mesoamericanas–, ese ciclo de destrucción y creación se repetía incesantemente”. Rendir tributo a la montaña sagrada dictaba que los soldados cautivos, cubiertos con coloridos atuendos, subieran por la escalinata de la pirámide y realizaran danzas ceremoniales antes de arrancarles el corazón y dejar que sus cadáveres rodaran escalera abajo, de suerte que los mexicas mantenían una campaña sin tregua para conseguir los prisioneros indispensables que, posteriormente, serían sacrificados. Para tal fin, en días específicos y en terreno neutral, sostenían enfrentamientos rituales con la única finalidad de capturar enemigos, en vez de territorios. Como explica Ross Hassig, especialista en la cultura azteca, cada combate “comenzaba formalmente con la quema de una gran pira de papel e incienso situada entre los dos ejércitos”. Los mexicas no hablaban de “guerras santas” porque, para ellos, no había contiendas que no lo fueran: el combate y la religión eran inseparables. Ahuítzotl extendió las fronteras del imperio más al sur que cualquiera de sus predecesores, cerrando las rutas comerciales de los poderosos tarascos de occidente e imponiendo un control férreo a todos los territorios subyugados. “Fue mucho más enérgico, más brutal –opina el arqueólogo Raúl Arana–. Cuando un pueblo se negaba a pagar tributo, enviaba al ejército. Bajo Ahuítzotl, los aztecas alcanzaron la máxima expresión en todo sentido y eso, posiblemente, fue demasiado. Todos los imperios tienen límites”. El pueblo mexica perdió al gran arquitecto del imperio en el apogeo de su reinado. En el año 1502 (10-conejo), Ahuítzotl murió a causa de un supuesto golpe en la cabeza mientras escapaba de palacio durante la inundación que provocó un acueducto construido de manera precipitada: parte del proyecto que él mismo había ordenado para aprovechar los manantiales de la vecina Coyoacán (cuando el gobernante de la entidad lo previno acerca de los caudales irregulares de aquellas fuentes, Ahuítzotl correspondió a su advertencia haciéndolo ejecutar). Doscientos esclavos acompañaron al emperador al más allá. Ataviados con finos ropajes y llevando provisiones para el viaje, los esclavos desfilaron hasta el Templo Mayor, donde sus corazones fueron arrancados antes de arrojar los cuerpos a la pira funeraria. Se cree que sus restos, junto con los de su señor, fueron sepultados frente al Templo Mayor. Y justo en ese lugar es donde se descubrieron el monolito de Tlaltecuhtli y al “aristocánido”. De hecho, el equipo de López Luján ha encontrado ofrendas nuevas en las inmediaciones, una de ellas enterrada bajo una mansión de estilo toscano erigida para uno de los soldados de Cortés y otra situada varios metros debajo de una gran losa de piedra. En ambos casos, López Luján supo dónde excavar siguiendo el trazo de una compleja serie de ejes o “líneas imaginarias” dibujadas en dirección Este-Oeste sobre un mapa del sitio. “Siempre encontramos esta simetría repetitiva –revela el arqueólogo–. Era como una obsesión para ellos”. En buena medida, la labor del equipo arqueológico es tediosa y poco glamorosa debido a los desafíos inherentes a una excavación urbana: obtener permisos y rodear tuberías de drenaje o líneas del Metro; evitar los cables de telefonía, fibra óptica y servicio eléctrico tendidos en el subsuelo; mantener la seguridad en un sitio arqueológico ubicado en una de las zonas peatonales más concurridas del planeta. Sin embargo, el aspecto más crítico de su tarea es la absoluta precisión requerida para trabajar con restos aztecas. Parado junto a la abertura de un pozo donde, en mayo de 2007, su equipo se topó con un recipiente votivo no más grande que una caja de zapatos, López Luján explica: “Tardamos 15 meses en registrar toda la ofrenda. A pesar del tamaño reducido, la caja contenía más de 5 000 artefactos dispuestos en 10 capas. Un tesoro increíble en términos de cantidad y riqueza. “Pareciera una organización aleatoria, pero no es así –prosigue López Luján–. Todo tiene un significado cósmico y, para nosotros, el reto estriba en descubrir la lógica y los patrones de distribución espacial. Cuando Leopoldo Batres trabajó aquí [a principios del siglo pasado], sólo le interesaba acumular artefactos como trofeos arqueológicos. Sin embargo, lo que hemos aprendido a lo largo de 32 años de esfuerzo es que la importancia de un hallazgo no radica en los objetos, sino en su ubicación espacial”. Cada descubrimiento es un golpe de suerte para México, dado que muchos artefactos valiosos fueron saqueados por los conquistadores, quienes los llevaron consigo a España y, de allí, los dispersaron por toda Europa. Amén de su valor estético, los nuevos hallazgos ponen de relieve la atención de los aztecas por el detalle, su preocupación por todo cuanto estaba en juego. Para los aztecas, la responsabilidad de aplacar a los dioses –y asegurar la supervivencia del mundo– recaía en un imperio siempre creciente y cada vez más demandante que, en última instancia, se volvió insostenible. Como dice Carrasco: “La ironía de cualquier imperio es que presiona con tanto ahínco hacia la periferia que termina por convertirse en la periferia. Sus fronteras se alejan tanto del centro que es imposible proporcionar alimento y transporte a los guerreros o protección a los mercaderes. En el caso de los aztecas, el imperio se volvió excesivamente costoso y no pudieron sostenerlo”. Diez años antes de la llegada de los españoles, visiones y portentos comenzaron a inquietar al heredero de Ahuítzotl, Moctezuma II. Aunque el noveno monarca azteca prosiguió el esquema expansionista de su predecesor, haciendo gala de su poderío, su diadema de oro y turquesas, sus 19 hijos y un zoológico atestado de animales exóticos y “enanos, albinos y jorobados”, Moctezuma II vivía atormentado por su propia inseguridad cósmica. Según un códice, en 1509 el emperador vio “un mal presagio en el cielo. Era como una mazorca de maíz en llamas… que parecía sangrar fuego, gota a gota, cual una herida en el firmamento”. Sus temores no eran infundados. “Más de 50 000 guerreros indígenas habían tomado las armas para defender el culto a sus divinidades e impedir que los aztecas siguieran atacando su comunidad”, dice Davíd Carrasco. De no haberse dado aquel levantamiento, los 500 españoles que atracaron en Veracruz en la primavera de 1519, aunque armados con arcabuces, cañones y caballos, no habrían podido derrotar a los ejércitos aztecas. Sin embargo, el 8 de noviembre el contingente de Cortés llegó a Tenochtitlan escoltado por miles de guerreros tlaxcaltecas y sus aliados. Impresionados ante el espectáculo de la reluciente ciudad en la laguna (“algunos soldados preguntaron si lo que veían no era un espejismo”, escribió un testigo ocular), los españoles no se dejaron intimidar por la grandiosidad de su anfitrión. Todo lo contrario, fue Moctezuma quien sucumbió a la inseguridad. Según la leyenda mesoamericana, Quetzalcóatl, el gran dios barbado que se exilió al cometer incesto con su hermana, regresaría un día surcando los mares para reclamar su señorío y, con ese mito arraigado en su mente, Moctezuma obsequió a Cortés “el tesoro de Quetzalcóatl”: ajuar completo que incluía “una máscara de serpiente incrustada de turquesas”. ¿Acaso Moctezuma interpretó sinceramente el arribo de los españoles como la segunda llegada de la sagrada serpiente emplumada? ¿O recurrió a esa argucia para cubrir a Cortés con los divinos ropajes antes de sacrificarlo? Aquel fue el último gesto de ambigüedad azteca porque, en adelante, los hechos se vuelven incontrovertibles. La sangre corrió por las calles de Tenoch-titlan y, en 1521, el imperio quedó sepultado. “Estamos convencidos de que, tarde o temprano, encontraremos la tumba de Ahuítzotl –insiste López Luján–. Nuestra excavación es cada vez más y más profunda”. Pero sin importar cuánto profundice su equipo, el arqueólogo nunca logrará desentrañar la esencia de la mística azteca y, por ello, esta seguirá ocupando la mentalidad de los mexicanos modernos como una identidad siempre percibida aunque invisible, primitiva y majestuosa a la vez, infundiendo en los mortales el poder para transformar ciénagas en reinos.
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