De rodillas junto a una de las enormes cabezas de piedra que desenterró, el arqueólogo Matthew Stirling dirigió las expediciones que descubrieron también artefactos de jade confeccionados por la desaparecida civilización olmeca de México. Foto de Richard Hewitt Stewart.
120 años de la historia de NGS
En uno de los sitios, un ojo enorme miraba el exterior desde el suelo. En otro, bóvedas de basalto erosionado sobresalían de la tierra. Como sea que haya dado con ellas en su calidad de arqueólogo, el Dr. Matthew Stirling desenterró eventualmente once cabezas colosales de piedra en las junglas del sur de México. Diez de ellas mostraban una expresión adusta, pero una ostentaba una sonrisa misteriosa.
En una fecha tan reciente como los años treinta, los olmecas, la gente que dio forma a esas cabezas hace milenios, no eran más que un enigma. Nadie sabía su verdadero nombre. “Olmeca”, que significa “pueblo del hule” en náhuatl, era simplemente un término del cual se habían apropiado los arqueólogos para describir la cultura desaparecida hace mucho tiempo, que dejó sus rastros esparcidos en selvas en las que abundaban árboles de hule. En un territorio dominado por las espectaculares ciudades en ruinas de los mayas, los olmecas se vieron eclipsados y fueron desconocidos.
Así, entre 1938 y 1946, Stirling organizó una serie de expediciones arqueológicas, con el copatrocinio de National Geographic y Smithsonian Institute, a los estados mexicanos de Veracruz y Tabasco. A pesar de que la maleza estaba infestada de víboras, de que sus viviendas de techo de palma estaban plagadas de alacranes y de que en torno a sus campamentos merodeaban jaguares, Stirling zanjó y excavó su camino hasta los libros de historia. Sus hallazgos fueron extraordinarios, al grado de hacer que caseríos en la selva, como Tres Zapotes, La Venta y San Lorenzo, se convirtieran en nombres famosos para la arqueología. Además de aquellas 11 cabezas colosales de piedra, Stirling excavó un centro ceremonial, una tumba con pilares de basalto y un sarcófago con rostro de jaguar que aún contenía vestigios de su ocupante, desintegrado mucho tiempo atrás. Encontró un tesoro oculto de hachas de jade, orejeras y figurillas exquisitamente talladas. Y descubrió un calendario tallado en piedra con una fecha inscrita que sugería que los olmecas habrían florecido en el primer siglo antes de nuestra era, varios siglos antes del periodo clásico de la civilización maya. Todo dicho, Stirling y National Geographic develaran el misterio de lo que algunos eruditos han llamado la “cultura madre” del continente americano, aunque sea una cultura que permaneció enterrada y olvidada durante siglos.
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